Tras unos días sin escribir volvemos con un tema de lo más candente, nunca mejor dicho, la obsolescencia programada. Sí, esta que tantas veces maldecimos y que provoca que muchos aparatos electrónicos dejen de funcionar misteriosamente transcurridos un número determinado de años.

A pesar de lo que mucha gente piensa, la obsolescencia programada no es algo nuevo, es más, es antiguo de narices, exactamente en 1932 Bernard London ya lo propuso, aunque no se le hizo demasiado caso. Sin embargo, fue en 1954 por medio de Brooks Stevens en una conferencia, cuando el término empezó a aplicarse de manera habitual.
Se suele confundir habitualmente la obsolescencia con las piezas defectuosas incluidas dentro de estos aparatos electrónicos. La obsolescencia se basa en el establecimiento de un periodo de vida para estos aparatos, basados en la duración de sus piezas.
Aquí entran en juego diferentes puntos de vista. Para las empresas que lo producen es una técnica que mejora el desarrollo económico, incentiva la I+D y establece un fuerte mecanismo de competencia entre empresas de distintos mercados. Pero claro, para el consumidor, el punto de vista es muy distinto. Al final lo que el cliente percibe es que su producto deja de funcionar en un tiempo de vida demasiado corto y se ve obligado a sustituirlo por otro nuevo o en el mejor de los casos a cambiar las piezas rotas, esto supone un lucro más que considerable de la empresa y una indignación en los consumidores agravada cuando conocen que muchas de ellas invierten gran parte del presupuesto a avances en esta línea.

Otro de los problemas de la obsolescencia está directamente relacionado con otro post que ya escribí hace unas semanas, la basura tecnológica. El provocar a los usuarios la compra de productos nuevos, ya sea por mal funcionamiento o por moda, hace que estos vertederos aumenten de manera exponencial cada día.
Uno de los casos más conocidos en el mundo es el de Apple y sus iPod. La gigante empresa del fallecido Steve Jobs poseía un 70% de la cuota de mercado en 2005 con este reproductor, con cerca de 23 millones de unidades vendidas, pero tenía “errores de fábrica” que provocaban que se redujese el tiempo de batería considerablemente. Los hermanos Neistat, del mundo del cine, grabaron un corto denunciando como a los 8 meses de comprar un iPod, la duración de su batería se había reducido a tan solo 60 minutos. Tras una gran campaña y varios juicios la empresa decidió ofrecer un servicio postventa, una garantía de 2 años y la posibilidad de sustituir las baterías defectuosas.

Navegando por la red, he encontrado un caso curioso de una bombilla que lleva luciendo 112 años en California en un parque de bomberos y que podéis seguir mediante una webcam http://www.centennialbulb.org/. Su creador es Adolphe Chaillet que en 1985 en Shelby (Ohio) fabricó un filamento para aumentar el tiempo de vida de estas.

Pensar ¿Cuántas cosas de las que aparecen en la tele y que nos impresionan por el avance que suponen nunca llegan a comercializarse?; desde los discos fluorescentes de 100tb a las baterías que duran 1 semana de carga y su duración no se deteriora con el tiempo. La respuesta es sencilla, en el caso de las baterías, ¿qué harían los fabricantes de las mismas si estas no dejasen de funcionar o se redujese el tiempo de duración? Pues perder dinero…