Con frecuencia menospreciamos el valor de las pequeñas cosas, de hecho quizás muchas veces no somos conscientes que la ausencia de estas provoca más desasosiego de lo que puedes llegar a imaginar. Esta es la historia, simple historia de una caja de galletas, la típica caja de galletas danesas.
En cualquier casa supongo, existen lugares entrañables, objetos peculiares, en definitiva, cosas que llevamos viéndolas toda la vida y que nos hemos acostumbrado a verlas siempre, y de hecho jamás nos hemos planteado que dejen de estar allí.
En mi casa por ejemplo ocurre esto con un búho de mimbre que se abre por la mitad y en teoría sirve para guardar cosas, normalmente cordones y digo en teoría porque cada vez que se quitabas la cabeza era prácticamente imposible volver a cerrarlo bien, pero ahí está, encima del mueble del pasillo durante 24 años, que hasta hemos cambiado ese mueble 3 veces pero el tío sigue ahí.
También ocurre con la estatua de mármol del pasillo, una estatua de 1,5 metros que representa una mujer sobre un pedestal con la mano extendida sobre la que muestra un pequeño plato, que a lo largo de los años ha tenido que soportar todo tipo de elementos, bolas de navidad, canicas, monedas, canarios, abrigos colgado del brazo…..y por si fuera poco, la pobre mujer muestra un pecho lo que ha aumentado las bromas y travesuras de todo el que pasa por allí, apretando el pezón como si de una bocina se tratase.
Pero como bien dice este post, el tema de hoy es la caja de galletas. Su historia es muy sencilla, un día hace unos 18 años, mi señora madre recibió de regalo una caja de galletas o más bien pastas que ha nadie nos gustaban, sin saber cómo, esta caja se vació y quedo al borde de su destrucción, pero en mi casa somos mucho de guardar cosas dentro de otras, mi madre pensó que sería un buen sitio para almacenar aquellas galletas que después de abrir el paquete no sabíamos donde dejarlas, por ejemplo (Tosta Rica, María, Chips Ahoy…).
Realmente se convirtió en la caja de galletas Tosta Rica pues yo no permitía que allí dentro hubiese ninguna otra, directamente las expulsaba y era capaz de dejarlas encima de la encimera arriesgándome a la regañina de mi madre, con tal de que no estuvieran allí. Otra manía era que tenían que estar todas las galletas enteras, la que estuviera partida o sus trocitos no la quería y lo peor no es eso, es que hasta hace 3 años seguí siendo así….cuando comprendí que era un poco absurdo quitar los trocitos si lo primero que hacía cuando iba a comérmelas era partirlas en 6 trozos.
Porque esa es otra, la manera de comerme las galletas era toda una filosofía. Lo primero es que ni me planteaba hacerlo sin el Cola Cao, y lo segundo siempre me comía unas cuantas majándolas hasta que se rompían y otras partiéndolas en 6 trozos de 6 en 6 para luego usar la cuchara.
Pues bien, el año pasado mi hermano, que también amaba esta caja, tuvo un accidente con ella y dejo su tapa en unas condiciones lamentables, para enmendar el error el Lunes ideo un plan maestro que consistía en dar puñetazos a la tapa por el otro lado hasta, según él “Volverla a dejar recta”, cosa que solo él sabe lo que significa, el resultado….. imaginároslo.
Mi madre decidió que su momento había llegado y cogió la caja y la tiró a la basura. Yo me acerqué y la vi no podía creerlo, allí estaba ella, después de tantas y tantas calorías, así que como homenaje cogí el móvil y le eche una foto para escribir este artículo con la correspondiente mirada de mi señora madre de renegación.
Esta era mi caja de galletas